miércoles, 17 de noviembre de 2010

Dios está en las diferencias

Es extraordinario el tipo de cosas que inician la reflexión de un extranjero. Los momentos más absurdos, las imágenes más cotidianas, los objetos más sencillos son materia prima para los ires y venires de su mente enfrentada a un medio que le es distinto, que le es ajeno.

Hoy, por ejemplo, mi mente reparó unos segundos -sólo dos o tres pero finalmente unos- en las diferencias entre una bolsa de basura francesa y una mexicana.

Ayer la experiencia fue un poco más compleja, pero no demasiado. Eran las 7:30 de la mañana y en la rue Alsace-Lorraine que baja directamente a la espalda del Capitole, en pleno centro de la ciudad, encontré una fila de cerca de 10 autos detenidos. Al frente de la línea estaba un autobús de transporte público cuyo conductor conversaba con alguien parado al pie de su ventana. Detrás otro autobús y un par de autos sin conductor, y finalmente seis o siete vehículos más en perfecta calma. Ni un solo claxon sonaba; ni una sola mano salía amenazante para mostrar su dedo medio, ni una sola cara de amargura se veía a través de los parabrisas, y ninguna voz se alzaba para exigir una explicación o para expulsar la rabia por el eventual retraso para llegar al trabajo o a la escuela de los niños.

Silencio total en el centro de Toulouse.

La calle Alsace-Lorraine se ha convertido desde hace unos meses en una vía peatonal pero los autos pueden circular aún con precaución entre la gente.

No sé qué pasó y la verdad no me importa. Lo que pensé en ese momento fue, ¿cómo sonaría esta misma escena en una ciudad mexicana? ¿Cuáles serían los diálogos que los personajes de esta historia se dirían mutuamente? Tampoco tengo estas respuestas pero estoy seguro que sería muy distinto a lo que oi y vi ayer por la mañana en la Ciudad rosa.

Otros cosas, como el arte, sí tienen la intención específica de provocar reflexiones, en propios y ajenos

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