martes, 30 de octubre de 2012

Clampf, clampf


Durante mi estancia en el País del Gallo, la inspiración me visitó un par de veces y, producto de una de ellas es este cuento que recientemente fue publicado en México por la revista literaria Los Bastardos de la Uva (Año 3, número 10, julio-septiembre 2012).

Lo comparto ahora con ustedes, esperando que les guste, y si no, pues ¡adelante los jitomatazos que de esos se aprende mucho!

Clampf, clampf
I
La primera vez que escuchó el clampf fue en su oído derecho. Siempre fue en el derecho. Luego de trabajar por más de doce horas lo atribuyó al cansancio. Menos de sesenta segundos después, el sonido apareció de nuevo. Pensó entonces que sería el palpitar de su corazón, distorsionado por la almohada que recibía la mitad derecha de su rostro a medio dormir.

Contó los intervalos entre cada clampf. Al notar que estos eran irregulares, descartó la idea del corazón. ¿Sería un sonido originado fuera de su habitación? No, no podía ser. Sin duda venía desde el interior de su cuerpo, o acaso de las entrañas de la almohada o del colchón, pero eso tampoco sonaba probable. ¿Entonces?

Elaboró un par de teorías con las últimas neuronas activas que le sobraban. Cada una más improbable que la anterior, desechó todas las explicaciones y cayó en un sueño profundo. Al despertar, olvidó el suceso. 

II
Antes de trabajar en el hotel, Sleep Walk era una de sus canciones favoritas. Sí, lo sabía, el tema de Santo & Johnny había sido agotado varias décadas atrás por los medios (y los complejos turísticos) como símbolo del “paraíso tropical”. El enamoramiento con sus notas le venían de la interpretación de Julio Revueltas, en su opinión, el mejor ejecutante de este clásico –y de cualquier otro, si le preguntaban.

Para la segunda semana, lo último que deseaba era escucharla una vez más, sin importar de cuál de las innumerables versiones se tratara. No obstante, los gringos –y franceses y británicos y canadienses…- que ponían pie en la recepción celebraban, sin excepción, el ambiente relajante del sitio, incluido el tema musical de sus vacaciones ideales.

Esa mañana, al escuchar de nuevo un clampf, pensó que sus oídos reaccionaban de forma original al hartazgo musical que sufría desde hacía seis meses. En ese momento ya no distinguía qué tipo de notas eran más fastidiosas, si los do re mis que salían de los altoparlantes o las de los periódicos que informaban sobre la última circular del gobierno gringo –o francés o británico o canadiense…- dirigida a sus conciudadanos para que tomaran precauciones en caso de visitar México.

No era que le importaran las relaciones diplomáticas, la política o la inseguridad, pero cuando uno trabaja en la industria sin chimeneas este tipo de cosas podían afectar el bolsillo, decía siempre que sus amigos tocaban el tema y él replicaba que esos pinches periodistas y su amarillismo...

Clampf…

III
Después del quinto o sexto empezó a contarlos. Como estaba comiendo, sólo llevó la cuenta mental. Al regresar a la recepción tomó un papel y fue agregando bloques de cinco rayitas, como un náufrago o un preso que cuenta sus jornadas de infortunio.

Al final de su turno eran cinco bloques. Veinticinco clampfs. ¿Veinticinco qué? Seguía sin saberlo…

Clampf, clampf…


IV
La única vez que intentó describirlo, a la semana de que inició, el sonido fue bautizado, para empezar, como clampf. Fue lo mejor que se le ocurrió.

Los adjetivos se le juntaban y se inventaban en su boca. Lo que en principio era mudo y opaco se tornó “aguoso” y “maderozo”. Lo que en principio había vivido como algo “curioso” era, ya, algo insoportable, no por la molestia del sonido mismo sino por el misterio que planteaba.

El doctor y los rayos X no encontraron nada. El acupunturista no encontró nada. La bruja no encontró nada. Nadie encontró nada. Y él seguía sin saber nada excepto que el registro de clampfs llegaba ya a 450 en un mes.

V
El comando llegó encapuchado y armado hasta los dientes –perdonando la figura tan manoseada. Ni las cuarenta y cinco cámaras de seguridad ni los tres kilómetros de manglar seco que separaban la carretera del hotel sirvieron de mucho. Iban por el dinero y las joyas de los gringos –y de los franceses y de los británicos y de los canadienses…

Cansado por el clampf que no dejaba de sonar en su cabeza, se había refugiado en el baño de la recepción. Cuando salió, su mirada se perdió en la oscuridad circular de un cuerno de chivo que lo veía a un par de centímetros. Como las joyas no fueron suficientes –nunca lo eran, al parecer- el comando tomó tres rehenes, enlistados de la siguiente manera: la pinche gringuita aquella que no deja de gritar; el trajeado ese con cara de huele pedo que parece ser el gerente, y el pobre pendejo que salió del baño.

No sabe si por sadismo o por simple logística, antes de llevarlos a la casa de seguridad fueron testigos –de oídas- de otros dos atracos a complejos turísticos de la zona.

Cuando finalmente abrieron las puertas y bajaron de la camioneta, no eran tres sino doce.

Uno a uno los colocaron contra la pared, los desnudaron y ataron de manos. Les asignaron un número y decidieron su turno de ejecución con dos dados. Él sacó el doble seis.

Cada vez que uno de sus compañeros caí muerto, un clampf sonaba fuerte y claro en su oído derecho. Al final, el clampf que le correspondía opacó el sonido de la detonación dirigida a su cabeza. No se podía quejar: no oiría más el clampf y conocía ahora su significado…

Alonso Fragua
Toulouse / Roquebrune Cap Martin, Francia, 4 de abril de 2011. 

La primera versión del relato tenía la siguiente nota al final, previo a la firma y la fecha:
Los números cambian según la fuente consultada. Sin embargo, si creemos en los datos del gobierno federal, encontramos que en lo que va de la administración del presidente Felipe Calderón en México, “suman más de 34 mil muertes relacionadas con el crimen organizado” (El Universal, 14 de enero de 2011. Nota firmada por Mario Andrés Landeros y consultada el 4 de abril de 2011 en http://www.eluniversal.com.mx/notas/737315.html. Cifras presentadas por Alejandro Poiré, secretario técnico del Consejo de Seguridad Nacional).




lunes, 15 de octubre de 2012

Francia y Argelia: El día de los harkis

La relación entre Francia y su ex colonia africana de Argelia escapa a mi comprensión debido a su complejidad. Creo que son de esos temas que, aunque uno como extranjero tenga los datos, falta haber vivido en la cultura desde pequeño o al menos muchos años para comprender.

El 19 de marzo de 2012 se cumplieron 50 años de que el país del Magreb alcanzara finalmente su independencia del colonizador europeo, luego ocho años de guerra, 25 mil franceses muertos y más de 100 mil argelinos. Y desde 2001, por decisión del entonces presidente Jacques Chirac, el 25 de septiembre se conmemora lo que se ha llamado El día de los harkis.

Imagen tomada de www.warandgame.com
Los harkis eran los soldados argelinos que luchaban del lado francés los cuales, al terminar la guerra, fueron dejados a su suerte por los vencidos. 

Algeria es evacuada rapidamente por los europeos. Entre los argelinos existen algunos que trabajaban para Francia: militares, funcionarios, políticos elegidos por el pueblo... Estos son los harkis, palabra proveniente del árabe harka, lo que significa movimiento y designa a su organización. Estos 250 mil musulmanes representan alrededor de 1 millón de personas junto con sus familias.

En la víspera de la consumación de la independencia, el FNL (Frente de Liberación Nacional,  organización armada argelina) promete no tomar represalias contra los harki. No obstante, todo mundo lo sabe: los harkis y sus familias están en peligro de tortura y de muerte. Los oficiales franceses reciben la orden de desarmarlos. Además, se prohibe formalmente embarcarlos rumbo a Francia.

Sin embargo, existen oficiales franceses que se oponen a estas órdenes y deciden ayudar a sus hombres.: mies y miles de karkis logran llegar a Francia, formando un grupo de aproximadamente 100 mil personas. Los que son dejados en Argelia sufren una terrible venganza de su gente durante las semanas posteriores al cese al fuego. Más de 50 mil entre ellos son masacrados.

En Francia son repartidos en varias decenas de campos de refugiados por años. Hoy, cerca de 1 por ciento de la población francesa está compuesta por los harkis y sus descendientes.

Traducción propia del fragmento Le drame des harkis, pág. 314, contenido en el libro L'Histoire de France Pour les Nuls. De 1789 à nos jours, de Jean-Joseph Julaud (2005, Francia: Éditions First)